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domingo, 20 de enero de 2008

MALLORCA



Llegué a Mallorca el día 31 de diciembre por la noche, con el tiempo justo para tomarme las uvas con unos magníficos compañeros de viaje, nuestro incombustible Michel y dos fantásticas amigas que se trasladaron desde Murcia para unirse a nuestra improvisada fiesta.El puerto deportivo, concentraba los pubs más animados y las fiestas más atestadas. Tras visitar un par de chiringuitos que sonaban a lo de siempre tratamos de buscar algo un tanto más exclusivo y original. Salimos, pues, del centro de Palma acompañados por dos nuevos fichajes, un hiperactivo empresario toledado y su exótica compañera, y nos trasladamos a Andratx donde pasamos gran parte de la noche en un elegante pub decorado con globos, con vistas a otro fantástico puerto deportivo de impresionantes yates, más recoleto y acogedor que el de la propia capital. El lugar se convirtió en inmejorable refugio, entre camareros que solo hablaban inglés dado lo variopinto y cosmopolita de la clientela y más si cabe tras nuestra llegada al recinto.Entre muchas risas y algunas copas ( no demasiadas esta vez ) se acabó la noche. Había que guardar fuerzas para realizar un poco de turismo los días posteriores.Pasado el mediodía me levanté para explorar un poco la ciudad por el día. Del centro de Palma me sorprendió su espectacular y recia catedral, la mayor de España, que guarda en su interior una original sorpresa, el trabajo de Miquel Barceló en el ábside lateral, un puzzle cerámico que parece surgir de la propia pidra, dando la sensación de que una eclosión de vida y naturaleza en estado puro está naciendo de los viejos muros del templo.Muy cerca del lugar también son interesantes los baños árabes y un paseo por las callejuelas del centro siempre puede resultar agradable. Allí descubriremos que el turismo balear no son todo las aglomeraciones del arenal o el puerto deportivo, rebuscando un poco aun se pueden encontrar cuidados negocios u hotelitos de diseño.Pero para conocer más profundamente la isla nada mejor que coger un coche tal y como hicimos en los días posteriores. No muy lejos de Palma está Illetes, con su popular balneario en una bonita cala. El lugar, normalmente atestado de gente, estaba ese día ( un miércoles laborable de enero ), sorprendentemente tranquilo y con un servicial personal atento de satisfacer todos nuestros caprichos. Tras la sabrosa comida tuvimos oportunidad de relajarnos en sus cómodos sillones arrullados por la música de chill out, la modorra se apoderó de nosotros y la realidad y la ensoñación parecieron confundirse por un instante.Otro lugar a conocer en los alrededores de Palma es Génova, ladera con estupendas vistas de la ciudad y la isla, con restaurantes con comida tradicional y magníficos miradores y hoy día refugio, de intelectuales, artistas y bohemios.Ineludible en cualquier visita a Mallorca, es la entrada en las cuevas del Drac en el otro extremo de la isla. Increíbles sus estalactitas pero horrible la acción del hombre en un ejemplo de los que los estragos del turismo de masas sobre el medio natural. Impresentables pistas de hormigón incluso en el interior de la cueva y chabacano juego de luces y música en un espectáculo final de dudoso gusto.Mejor preservado y apacible resultó el pueblo de Porto Colom a pocos kilómetros del lugar. El pueblo mantiene, al menos en parte, su aire tradicional y marinero. Las viviendas tradicionales de la primera línea de costa están perfectamente conservadas de manera que fue relajante pasear por el abrigado pueblo con las pequeñas casitas de pescadores de cara al mar como telón de fondo.De ahí y ya al interior Santanyí, otro lugar pintoresco, con casitas de piedra, estrechas callejuelas donde sin duda se mantiene el espíritu de la isla.Finalmente, y si lo que queremos es una visión completamente distinta de Mallorca debemos de acercarnos al pueblo de Soller, esta vez en dirección noroeste. Situado en la Serrra Traumontana, el lugar tiene el aspecto de un pueblo de montaña, con sus casas de piedra encajadas entre la colina y el valle y su elegante tranvía de madera. Allí nos encontrábamos cuando de repente comenzó a jarrear. Oscurecía y teníamos hambre, de forma que entramos en el restaurante más cercano, justo en frente del ayuntamiento. Tuvimos suerte con la improvisada elección, se trataba de un coqueto restaurante llamado Sa Cova, regentado por un veterano francés especializado en la comida de su país. Disfrutamos más que nunca de la comida caliente ya que estábamos empapados y Michel con inequívocos síntomas de gripe. Tras una sobremesa en la que rememoramos algunos de los episodios más divertidos del viaje decidimos que era hora de volver al hotel en Palma y tratar de reponer fuerzas. Al día siguiente cogíamos el avión, Michel para volver a la península y yo para continuar viaje hacia Malta.