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jueves, 5 de noviembre de 2009

COPENHAGUE, UN ROMÁNTICO SUEÑO












Copenhague ha sabido pasar a la modernidad sin perder un ápice de su romanticismo ni de su lánguido encanto decimonónico.
Nada más salir del hotel Scandic Weber, donde me alojaba ( una opción muy recomendable ), me topé con los jardines Tívoli, el parque de atracciones más antiguo del mundo, inagurado en 1843 con deliciosas y atemporales atracciones de vetusta estética y espíritu. Esto no fue más que el comienzo, en la ciudad aún encontraría numerosos guiños al siglo XIX, como el Ortedsparken, de sinuosas sendas y un gran verdor en torno a un lago artificial o el elegante invernadero del jardín botánico.
Sin embargo, el comercio más vital y pujante, también es una seña de identidad de la capital danesa. A partir del Rudhuplasen ( la amplia zona donde se ubica el recio ayuntamiento ), se accede a Stroget, una larguísima zona peatonal de impecable empedrado y donde las tiendas más famosas se suceden hasta desembocar en el Kongens Nytorv, magnífica y monumental plaza donde se encuentran edificios tan emblemáticos como el hotel de Inglaterra o el palacio de Thott. A continuación se encuentra el Nyhavn, un gran canal que en épocas pretéritas hizo de puerto principal de la ciudad y que hoy está enfocado principalmente al ocio y al turismo, tanto la belleza de las casas multicolores que lo enmarcan a ambos lados como por su emplazamiento estratégico lo convierten en un lugar ideal para hacer un alto en la marcha y tomarse una cerveza en una de las múltiples terrazas que allí se encuentran, y más en mi caso, que tras una mañana muy ajetreada necesitaba reponer fuerzas para acercarme a ver la sirenita.
Acabada la cerveza me dirigí hacia la emblemática escultura, antes habría de pasar por la Amalienborg Plads, de enormes dimensiones y donde todos los días al mediodía se realiza la ceremonia del cambio de la guardia, un ritual donde arte y marcialidad se dan la mano. Un poco más allá me encontré con la iglesia de San Albano, de magníficas vidrieras y la fuente de Gefion, de grandes dimensiones y impecables acabados, todo ello en un hermoso parque de elegante armonía que constituye un magnífico aperitivo para la contemplación de la delicada sirenita, de reducido tamaño pero plena de romántico encanto, que ensimismada mira lánguidamente hacia la profundidad del mar.
El espíritu soñador de la sirenita me impulsó hacia la vecina isla de Christiania donde tras contemplar la belleza de sus orillas, algunas casas de época o el magnífico y ultra moderno edificio del Diamante Negro, me topé con una de las más gratas sorpresas de todo el viaje. El barrio de Christiania, una comunidad hippie que se asienta en las inmensa franja de tierra antiguamente usada para fines militares y que hoy, merced a un vacío legal, pervive como experimento anarquista y pretende funcionar con independencia de la autoridad danesa.
Los habitantes de esta república independiente son adultos que se empeñan en vivir como eternos adolescentes, construyen psicodélicas construcciones perfectamente integradas en la naturaleza, circulan sólo a pie o en bicicleta, se niegan a usar la luz eléctrica, fuman libremente marihuana en las calles y todo con el atterezzo propio de los años 70, en una atmósfera de realidad detenida o lugar fuera del espacio y del tiempo. Christiania, es, sin duda, un lugar francamente interesante por el que deambulé con total libertad hasta casi fundirme con él en una especie de ensoñación. La magia terminó cuando saqué la cámara fotográfica y traté de sacar unas instantáneas. Un enorme hippy de ojos verdes, desaliñado atuendo y largas rastas se encargó de recordarme que mi mundo y mis valores son otros bien diferentes.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

MALMÖE, LA CAPITAL DE LA SUECIA MERIDIONAL















Desde Copenhague es fácil llegar a Malmoë si nos acercamos a la estación de ferrocarril ( a un paso mismo del Tívoli ). Cada 30 minutos un tren sale con dirección a la ciudad más meridional de Suecia y verdadera capital de la región sur.
Durante el trayecto pude contemplar una de las grandes proezas de la ingeniería europea, ya que surqué a toda velocidad, elevado sobre el puente Öresundm, los casi 16 kms que separan Selandia de la península escandinava. Desde el mismo observé una gran cantidad de molinos de viento plantados en el agua que ya han pasado a formar parte del paisaje de la zona. Una vez en tierra me llamaron especialemente la atención las casas con techos extremadamente puntiagudos y la techumbre vegetal tradicional ( compacto de hojas, turba, ramas y fardos de paja ).
A mis desentrenados ojos latinos, Malmoe ofrecía el mismo aspecto que la vecina capital danesa, por algo fue parte de Dinamarca hasta hace apenas 3 siglos.
A unos 400 metros de la estación me encontré con la enorme plaza del ayuntamiento de 2500 metros cuadrados, a imagen y semejanza de la que acababa de dejar más allá del puente, pero con elementos singulares, por supuesto, como la estatua del rey Karl o la famosa farmacia del León así como un edificio del ayuntamiento también sobrio pero con algún elemento decorativo. A partir de aquí de nuevo surgieron una serie de calles peatonales ( Adelgaten, Ostergaten, Rudelsgaten ), ideales para comprar o pasear y en cuyas inmediaciones enconté edificios tan singulares como la iglesia de San Pedro ( la construcción más antigua de la ciudad ), el Flensburska huste ( siglo XVI ), viejo almacén de estilo holandés renacentista, o la que fuera residencia del gobernador.
Siguiendo la senda del canal que rodea la parte antigua apareció la pujante ciudad universitaria, la más importante del mundo para temas marítimos. Me adentré en un inmenso parque de los que tanto gustan en estas latitudes y hayé un viejo molino así como el castillo de Malmous de estilo renacentista escandinavo y hoy sede de muchos museos. Tiene torreones circulares, bellos tonos rojizos y está rodeado de un estanque, hogar de patos y gansos, además los torreones se reflejan produciendo un bello efecto. Más allá del parque, a la sombra del Turning Torso ( el edificio más alto de Suecia, obra del arquitecto español Santiago Calatrava ) ,y tras atravesar una interminable zona de césped llegué a las playas, con bien cuidadas pasarelas de madera y muy concurridas los días soleados, como el agradable día de junio que me tocó rendir visita a la ciudad. Sólo me faltaba acercarme al mar y mojar mis manos con las frías aguas del estrecho de Öresund mientras en el horizonte contemplaba el enorme puente que me había conducido hacia allí y los originales molinos.

viernes, 11 de septiembre de 2009

VIAJE AL ABISMO

Ranón me ha dado más de un disgusto y llegué a Barajas con mucha antelación para coger el enlace a Londres. Entretuve la espera charlando con unas chicas gallegas que también iban una temporada al Reino Unido, pero ellas sólo por un mes. Al mediodía embarcábamos en el avión pero aún estuvimos casi dos horas esperando a que el aparato despegase. Nos dijeron que había una avería en el circuito del aire acondicionado. Evidentemente nadie se lo creyó pero confiamos en que no iniciaríamos el viaje sin haber solucionado convenientemente el problema cualquiera que este fuese. A eso de las dos de la tarde despegamos por fin. Tenía asiento de ventanilla pero no veía más que nubes, así y todo, el trayecto se me hizo corto.
Nada más aterrizar en Gatwick noté tensión, demasiada policía, incluso para el Reino Unido, y me extrañó el desconcierto, que yo, en mi ignorancia achaqué a la obsolescencia y mala organización del aeropuerto.Para acceder a la estación de autobuses se debía bajar varios niveles por una laberíntica rampa y para llegar a la taquilla de nuevo había escaleras. Me acerqué al mostrador. La chica que me atendió parecía distraída. Le pedí un billete para Cardiff y me sonrió de forma artificial. Aunque los británicos son peculiares y nunca dejarán de sorprenderme, se palpaba que sucedía algo especial. Todo el mundo estaba conectado a una frecuencia que yo era incapaz de sintonizar. Mientras esperaba por el autobús telefoneé a mi casa. Mi padre parecía especialmente contento por mi llamada. De un modo confuso me explicó que se había producido un atentado en Nueva York. La conversación fue corta y, desde luego, no quiso o no acertó a describirme la magnitud de la tragedia. ¡Que horror! Otro atentado, vivimos en un mundo demasiado convulso, pensé sin más.En el autobús no viajaba casi nadie y conseguí dormir buena parte del trayecto. Llegué a Cardiff cansado y ya bastante tarde.
Sergio, antiguo compañero de universidad y durante los siguientes meses de piso, me esperaba y me empezó a explicar la verdadera dimensión de lo que había pasado. Unos terroristas había estrellado unos aviones contra las torres gemelas y el pentágono. No daba crédito a lo que escuchaba. Las caras de preocupación del aeropuerto empezaban ahora a cobrar sentido. Antes de acostarme aún pude ver en la BBC imágenes de la tragedia. Rostros inocentes aparecían desfigurados entre los escombros, familias destrozadas lloraban la pérdida de sus seres queridos y héroes anónimos trataban impotentes de poner remedio a tanto mal. Lo mejor y lo peor de los seres humanos se mostraba abruptamente en aquella imágenes.
A pesar del cansancio aquella noche no pegué ojo y no precisamente porque extrañase la cama. No me quitaba de la cabeza toda aquella matanza. La sin razón golpea aleatoriamente. Me daba vértigo pensar la fina línea que separa la vida de la muerte. Cualquier pasajero pudo ser una posible víctima y coger el vuelo equivocado un viaje al abismo. ¿Qué clase de fanatismo podría llevar a cometer un acto cómo éste? No hay argumento racional ni moral que justifique el sacrificio de vidas humanas. El nombre de Alá se utiliza impunemente para dar cobertura a regímenes totalitarios, a los afanes expansionistas de crueles megalómanos, al maltrato y mutilación de mujeres, a la persecución del diferente. Ninguna religión ni ideología puede excusar comportamientos criminales. En el medievo, el Islam tolerante y avanzado de la Córdoba califal de Averroes o Avicena alcanzó unas cotas de desarrollo envidiado por los primitivos reinos cristianos de su entorno. El mal no está en la religión misma sino en la restricción de libertades, el fomento del odio, el pensamiento único y el fundamentalismo.
Los inspiradores del atentado han tenido sin duda un éxito rotundo. Desde aquel 11 de septiembre del 2001 nada ha vuelto a ser lo mismo. Ese día supuso el fin de la inocencia, las libertades, incluso en occidente, se han restringido notablemente y todos nos sentimos más desamparados. El placer de volar ya no es tan puro. En nuestro subconsciente ha quedado el poso del dolor y la incertidumbre.

viernes, 26 de junio de 2009

NOVIEMBRE EN HOLANDA










Amsterdam una ciudad antigua de talante joven y hospitalario, fue la base de operaciones idónea para obtener una primera visión de los Países Bajos.
Pese al frío de un noviembre que no fue especialmente benigno, pude percibir toda la calidez de un cuidado territorio en gran parte ganado al mar y de la bella ciudad de los canales.
Mis padres me acompañaron 15 años después de nuestro último viaje juntos ( allá por el 92 para ver la expo de Sevilla ) y esto hizo que en ocasiones tuviese que adaptarme a su ritmo. Reduje esta vez mis habituales paseos e idas y venidas sin rumbo predeterminado y recurrí preferentemente a las visitias guidadas, más prácticas y cómodas, además muchas en castellano.
La primera incluso parecía bastante original, la recomendaba la guía Lonely Planet y no era necesario pagar más que la voluntad, todo el trayecto se hacía a pie y los guías eran tan hippies como la ciudad misma.
Mientras paseábamos por la plaza Dam, el barrio rojo o el mercado de las flores, nuestro guía Francisco, un risueño y despreocupado chico ecuatoriano nos daba su visión sobre la prostitución, la ocupación de viviendas o el consumo de drogas. Sus opiniones más que avanzadas eran verdaderamente subversivas, tras más de 3 horas de paseo bajo un intenso frío acabó el circuito guiado. Comenzaba a trapear y Francisco nos invitó a tomarnos unas setas alucinógenas para entrar en calor. Amablemente rechazamos la invitación y entramos en una cercana cafetería. Cogimos la última mesa que quedaba libre, a lado mismo de la barra, era un lugar agradable con paredes revestidas en madera, amplios ventanales y una empinadísima escalera de acceso a los servicios y al altillo.
Desde allí pudimos contemplar como los copos de nieve iban cubriendo la ciudad de un bonito manto blanco.
Afortunadamente nuestro hotel, cerca de la estación central de trenes, no estaba lejos de ese lugar y el regreso, pese al frío, no resultó pesado.
Quedé para cenar con mis padres unas horas más tarde en una cercana parrilla argentina y entretuve mi espera paseando por las callejuelas entre canales, copos de nieve, bicicletas y luces rojas, hasta que encontré una sencilla vinatería pero frecuentada por chicos y chicas bien del barrio en la que ponían música en directo.
Mientras saboreaba el vino rezaba para que el días siguientes estuviera más apacible.
El reloj sonó a las 7,30, me asomé a la ventana del coqueto hotel y desilusionado comprobé que granizaba y el frío no había remitido.
Aún así decidimos cumplir el programa que teníamos previsto. Llegamos a la cercana calle Damrak, donde cogimos el autobús que nos condujo a un pueblo tradicional holandés, llano, construido entre una especie de acequias y grandes molinos achicando agua todo el tiempo. El lugar estaba totalmente enfocado al turismo, con un taller de artesanía donde fabricaban zuecos de madera que, tal y cómo hicimos ver al artesano, guardaban gran parecido con las madreñas asturianas y que, para nuestra sorpresa, conocía perfectamente.
Salimos del taller y el verde del paisaje salpicado con el blanco de la nieve lograba componer imágenes de gran belleza, pero realmente constituía una indudable molestia para nuestra visita.
Subimos al autobús con destino a Volendam, a nuestro alrededor se alzaban molinos y extensos campos verdes, al bajar del vehículo noté que la temperatura había subido considerablemente y comenzaba a lucir un sol espléndido.
El paseo por el tranquilo y bien cuidado pueblo costero me resultó gratísimo. Un lugar llano y un tanto laberíntico, con molinos y muchas casas de madera de un verde muy vivo. A través de los grandes ventanales las viviendas con el salón a ras de suelo y las cortinas siempre abiertas los moradores de las casas mostraban sin recato sus mejores porcelanas y parte de su intimidad, un hecho que ya me había llamado la atención en Amsterdam pero que en este pequeño pueblo se hacía incluso más patente.
Tras concluir nuestro paseo entre las casas nos encontramos con una gran iglesia al fondo y un paseo elevado al borde del mar donde pese a los agradables restaurantes y cafeterías aún se percibía, al menos por el tipo de edificaciones, parte de su sabor marinero, cuando el mar interior estaba abierto y la mayoría de la población se dedicaba a la pesca del arenque.
De allí partimos a Marken, que en realidad es una pequeña isla unida a tierra tan solo por una carretera. Al circular por ella pudimos ver como el nivel del mar variaba a cada uno de los lados de la vía en otra muestra de las increíbles proezas de la ingeniería holandesas.
El pueblo de Marken, recoleto y cuidadísimo, con pequeñitas casas de madera terminadas en un tejado muy puntiagudo y estrechísimos pasillos entre ellas, mantiene el encanto que le proporcionó su aislamiento, hasta la construcción de la carretera, manteniendo tradiciones y hábitos ya perdidos en otros lugares de Holanda.
Tras impregnarnos de la magia del pueblo y relajarnos entre estampas de tarjeta postal reemprendimos el viaje a Ámsterdam, a unos 30 kilómetros del lugar.
Aún no había oscurecido y nos dio tiempo a pasear por las calles más comerciales, llenas de gente por la cercanía de San Nicolás que es el encargado de traer los regalos a las familias holandesas la noche del 5 de diciembre. En nuestro paseo fuimos topándonos con edificios emblemáticos como el ayuntamiento o el museo de historia.
Tras tanto ajetréo decidimos rematar el día cenando en un magnífico restaurante chino-indonesio, estupenda opción en un país que, tal vez por haber tenido colonias en el extremo oriente, sabe apreciar y valorar la comida asiática.
Amanecimos con un tibio sol y decidimos emprender un tour guiado por algunas de las ciudades más emblemáticas de Holanda.
Partimos hacia Rótterdam no sin antes hacer una parada en Aalsmer para ver una subasta de flores, en una inmensa nave donde cientos de palés de tulipanes entraban y salían con destino a cualquier lugar del mundo a ritmo vertiginoso.
Rótterdam es una ciudad nueva que impacta por el fuerte protagonismo de los volúmenes de sus edificios, en general de un diseño poderoso y agresivo. La oficina de correos y el ayuntamiento son prácticamente los dos únicos edificios de cierto interés que se conservan de la etapa anterior a la segunda guerra mundial. La desembocadura del río Mosa, con el puente de Erasmo y la frenética actividad de su puerto son sin duda los dos principales atractivos turísticos de una ciudad que aún careciendo del encanto de sus vecinas destila vitalidad.
Mucho más atractivo resultó Delft, coqueto pueblo de canales y diseño similar al de Ámsterdam pero mayor paz y armonía por el que apetece caminar y perderse. Tras un encantador paseo y la visita de un taller de porcelana, la industria que siglos atrás le dio auge y poder económico, paramos a reponer fuerzas en la plaza a la sombra de la muy puntiaguda torre de la iglesia nueva que desafiaba a un cielo de ese azul característico que tan bien captó el maestro Vermer en sus pinturas. El dulce de manzana que me pedí aún resultó más delicioso en un entorno tan agradable.
De allí partimos a La Haya donde se ubican varios tribunales de justicia internacionales, la visita, demasiado corta, fue apenas una pequeña pincelada de lo que la ciudad tiene que ofrecer pero fue suficiente para poder percibir su trazado rectilíneo, su elegancia y su armonía.
El Binnenhof, sede del parlamento y verdadero eje de la vida de la ciudad, es un enorme conjunto de edificios monumentales, ubicado en un gran espacio abierto, con una laguna en la que se reflejan las sobrias formas de todo un lateral del conjunto.
Tras un corto paseo por el centro en el que vimos uno de los palacios de la reina, situado en una pequeña plaza, nos trasladamos hacia la zona marítima de la ciudad, conocida como Scheveningen, hasta el siglo pasado este lugar no era más que un encantador pueblito de pescadores. Diversos pintores e intelectuales lo escogieron como residencia hasta convertirse en una atractiva zona residencial con una regular e imponente playa, y un gran pier de madera, que me recordó al de Brighton, haciendo de puente entre la delgada línea del horizonte y la fina arena.
Su balneario y su casino le dan al lugar un aire aristocrático y cosmopolita de un poco disimulado toque elitista. El lugar es refinado y exclusivo, ideal para darse un agradable paseo y palpar el estilo de vida exquisito de la rancia aristocracia.Tan sólo quedaba acercarse a Matureland, cerca de La Haya y nuestra última parada ese día, allí nos encontramos con un cuidado parque en el que hay reproducción en miniatura de alguno de los lugares más emblemáticos de Holanda, desde el aeropuerto de Schiepol al Binnenhof. Interesante para ver, aprender y sacarse originales fotografías.
Ya era noche cerrada cuando llegamos a Ámsterdam y nos homenajeamos con una estupenda comida en el nada económico restaurante de Rodeleeuw.
El último día en Ámsterdam lo comenzamos con el obligado paseo en barco por los canales de la ciudad, están dispuestos en forma de anillos concéntricos y en el pasado fueron el medio más práctico para el transporte de mercancías, desde los canales interiores se pueden contemplar las encantadoras casitas adosadas de los barrios más céntricos desde otra perspectiva y en el canales más amplios y exteriores el museo Nemo, así como un curioso restaurante flotante a imagen y semejanza del que vería unas semanas más tarde en Hong Kong.
Acabado el paseo nos acercamos al Rijksmuseum donde admiramos numerosos cuadros de los maestros daneses Rembrandt o Vermer. Aún hubo tiempo para dar otro paseo a pie por el entorno del canal próximo al moderno casino, una zona muy animada por la noche.
Rematé mi estancia en la ciudad con un larguísimo paseo en solitario por alguno de los puntos más calientes de la ciudad. Empecé por el barrio rojo, donde además de la típica exhibición de carne fresca en los ventanales me topé con una extraño templo chino. De allí giré hacia la tranquila zona de Jordan donde entré en uno de los populares coffe-shops, acogedor y con la atmósfera muy cargada de humo de hachis. Esa es mi última imagen de Amsterdm, al día siguiente volaría a Tenerife a escenificar la historia de un adiós, tal y como ya he relatado en una bitácora anterior.

martes, 16 de junio de 2009

INMIGRANTES DIGITALES

Parece ser que todo el que ha sobrepasado los 30 y utiliza los medios digitales para comunicarse es un imigrante digital, al menos eso es lo que nos planteaba Tirso Maldonado, un profundo conocedor del mundo virtual y gurú de las nuevas tendencias en interntet, en un taller sobre redes sociales y gestión de clientes al que asistí recientemente en el hotel Zen Balagares, alojamiento de moderno y agradable diseño ubicado en un entorno rural pero cerca del aeropuerto y un gran centro comercial, provisto de spa y amplios salones con conexión a internet y señal suficiente como para dar cobertura a los 25 portátiles de los allí reunidos.
Aquel encuentro me dio nuevas muestras de como internet ha revolucionado nuestra forma de comportamiento. Las reflexiones que antes guardábamos en un diario privado ahora las hacemos públicas en un blog. El niño tímido que antes dejaba grabado un corazón en un árbol o metía una carta dentro de una botella hoy es un adulto que, no sin cierto pudor, decide exhibirse en el facebook, el tuenti o el Xing, en un desesperado intento de no perder la rueda de las nuevas tendencias y a duras penas poder seguir manteniéndose conectado con el mundo y existir en la red, el nuevo templo de culto contemporáneo, lugar para ver y dejarse ver, de intercambio de ideas y mercaderías, cumpliendo la función del ágora de las polis griegas, referente necesario para todas sociedades urbanas posteriores y que el siglo XXI ha transformado en virtual.
Ciertamente, supongo que igual que la mayor parte de los nacidos en los años 70 del pasado siglo, no soy un nativo digital e igual que los africanos que venden CDs en las calles chapurreando un idioma que no es el suyo, me encuentro desorientado y perdido en esta nueva frecuencia, utilizando un lenguaje y unos referentes que ya no son los míos, en un arriesgado cambio de piel y una huida hacia delante, sin rumbo y siempre temiendo encontrarme profundos abismos y peligrosos precipicios, en un vano intento de sobrevivir a la postmodernidad.

domingo, 22 de marzo de 2009

MACAO


Al otro lado de la bahía que forma el río Peal, a apenas 70 kms y una hora en ferry de Hong Kong se encuentra la ciudad de Macao, bajo administración portuguesa de 1557 a 1999 y actualmente con un régimen especial dentro de China, es un pequeño enclave que evoca legendarios viajes y trepidantes aventuras, marinos portugueses, misioneros católicos y exotismo oriental.
Desde el mismo momento que salí del ferry noté que Macao era una ciudad mestiza y especial.
Entre la fina neblina matinal aparecían ante mis ojos casitas adosadas como las de Ámsterdam o la entrada principal a la ciudad prohibida en Beijing, reproducciones de gran tamaño y calidad integradas dentro de un enorme casino.
Repuestos de la sorpresa inicial decidimos abandonar el puerto a través calles empinadas llenas de letreros en portugués con dirección a la antigua Fortaleza del Monte, construida por los jesuitas portugueses para proteger la península.
Hoy en día los antiguos muros y cañones carecen de valor militar y la plaza es tomada por niños, turistas y ancianas chinas que practican tai-chi. Desde esta colina se puede observar toda la ciudad, no excesivamente grande y formada por un abigarrado conjunto de casinos y barrios de distintas épocas y estilos. A un paso de la fortaleza están los restos de la antigua iglesia de San Pablo, una imponente fachada principal despojada de techos y muros laterales debido a un terrible incendio pero capaz de seguir desafiando al tiempo desde un promontorio al final de unas largas escaleras. A un lado, en la antigua puerta de entrada a la zona china, está el diminuto templo chino de Na Tcha, armonioso pero de insignificante tamaño.
A sus pies se encuentra la antigua ciudad colonial que es un fresco de Lisboa trasplantado a Asia con alguna pincelada oriental. Calles empedradas, miradores, colores y texturas evocan a la metrópoli. ¡Oh cuanta saudade!
Justo en el epicentro de esta zona colonial quedo admirado por la iglesia de Santo Domingo en la plaza del Senado, un edificio barroco con algún añadido autóctono como los azulejos chinos de su techumbre. Diseño europeo en su concepto y la delicadeza de los artesanos orientales para su elaboración. Una magnífica combinación.
Continuamos caminando sin rumbo y un vendedor se me acerca con una bandeja llena de galletas y me anima a probar una. Tienen una textura y un sabor familiar pero en el paladar queda un suave regusto a especia, igual que la ciudad misma.
Abandonamos la zona antigua por la alameida Riveiro, una magnífica avenida llena de lujosas boutiques. Entre elegantes escaparates llego al hall del Hotel Lisboa, pese a su imponente aspecto y ante la desgana de mi hermana decido no entrar; en la ciudad hay más de 30 casinos pero ciertamente el juego no es el objeto de nuestra visita.
Alguien nos da la dirección de una tienda de outlets, ropa de marca fabricada en Macao a muy buen precio, evitamos esta nueva tentación y nos dirijimos a otra zona de la ciudad.
Entre el Lago San Bai y una frondosa colina donde predomina el verde de los árboles salpicado por el blanco y granate de los elegantes edificios, está la antigua residencia del gobernador portugués. Un entorno elegante y aristocrático no muy distante del Templo de A- Ma, el templo chino más antiguo de la ciudad, formado por varios pabellones situados a distintas alturas entre roca y vegetación. Sorprenden las estructuras espirales colocadas en su techumbre, barras de incienso de larga duración generalmente utilizadas por los marineros que se embarcaban durante largo tiempo y no podían acudir al templo con frecuencia.
Retornamos a la zona costera ya con dirección al ferry. En el amplio paseo marítimo, dotado de moderno mobiliario urbano me encuentro con una enorme escultura de la virgen, al fondo diviso la primera ciudad de China.
Esa es la magia de Macao su capacidad para fusionar imágenes atlánticas y orientales componiendo bellas y evocadoras estampas.

jueves, 12 de marzo de 2009

GIJON EN EL RECUERDO

 Tal vez sea producto de la distancia, ya que el paso del tiempo da a nuestros recuerdos un poso brumoso y mágico, igual que el de las fotografías que amarillean; pero me da la sensación de que Gijón ha perdido gran parte de su aroma tradicional. Los barrios ya no tienen el tipismo que los caracterizaba antaño. Se han homogeneizado y unificado. Todos escuchan la misma voz y suenan a lo mismo.
Recuerdo mi infancia en el barrio del Carmen, en el singular ambiente en que me crié, entre los fogones del restaurante que regentaban mis padres, un lugar no siempre placentero, poco acogedor y ciertamente nada apropiado para un niño pero lleno de vivacidad y de singular riqueza.
Recuerdo con nostalgia a los curiosos personajes que solían frecuentar nuestro establecimiento. Eran únicos, auténticos e irrepetibles; últimos representantes de un mundo pasado que ya no volverá.
Recuerdo a un anciano que se hacía llamar Carlitos de Gijón, un cantante frustrado en su juventud que, ya viejo, pretendía ganarse la vida cantando por los bares aunque en realidad era un pobre hombre fantasioso y sin ingresos. Venía casi a diario y el trato era un menú gratis a cambio de llenar el local de clientes con su voz. Sus añejos tangos no eran ningún estímulo para atraer a nuevos clientes. En realidad se le permitía cantar un par de canciones para alimentar su ego y se le proporcionaba algo de comer para hacer lo propio con su diminuto cuerpo sólo por caridad. En agradecimiento a la habitual generosidad mis padres, siempre frenéticos y demasiado atareados, Carlitos me llevaba al circo o a ver los trenes de la cercana estación. Cuando se apeaba alguna chica joven la piropeaba elegantemente con su porte de trasnochado don Juan otoñal de traje raído.
Recuerdo a Barón, el marinero forzudo, del que hubo expuesta largo tiempo una foto en una tienda de la calle San Antonio. Stallone era a su lado un aprendiz. Su cuerpo estaba decorado con llamativos tatuajes, no tan comunes en aquel entonces, que a mí me fascinaban. Cuando soplaba sobre su dedo pulgar, de un modo circense, original y muy característico, la musculatura de su vigoroso brazo parecía hincharse aún más. Presumía de aguantar en la cubierta de un barco a menos veinte grados o de haber sufrido intentos de violación por apasionadas amazonas en exóticos países. Al llegar el mes de enero se cubria con una chaqueta para protegerse del frio aunque el insistía en que era para evitar accidentes de circulación ya de lo contrario los conductores y conductoras (enfatizaba el femenino, aunque entonces no se estilaba el lenguaje políticamente correcto) se despistaban viendo su portentosa musculatura desafiando las inclemencias meteorológicas.
Recuerdo a las pescaderas de la plaza, antes de que esta pasase a ser un edificio administrativo. Las recuerdo vender en la calle la mercancía, con su voz chillona o regateando con mi padre el precio del bocarte o de la sardina, siempre tan pintadas y descaradas, muchas veces a cargo de una abundante prole y maridos viciosos y chulescos a los que ellas proveían, en una especie de macabra competición, de toda clase de lujuriosos caprichos.
Recuerdo a Esperanza Sorribas en la cocina del restaurante, aún con sus aires de condesa arruinada que muy pronto el tiempo y la locura arrebatarían, escogiendo comida entre las sobras del día para alimentar a sus gatos y palomas. Era ingeniosa y se decía poetisa. Trataba de pagar el favor con un collar de “fantasía” para mis hermanas de mucho colorido e ínfimo coste. Les decía, cuando se lo entregaba, que las mujeres ya que no tenían nuez debían de tener avellana. Nunca llegué a entender lo que quería decir con eso. Espero algún día poder descubrirlo.
Recuerdo a “Luarca”, alcohólico, desaliñado y paupérrimo limpiabotas. Le permitían guardar la aparatosa caja de madera que utilizaba y sus betunes en el almacén del restaurante y a veces realizaba algún servicio en un rincón del bar; se esmeraba en dejar los zapatos de sus clientes bien relucientes y alguno le ofrecía dinero extra con la condición de que sólo se lo gastase en vino. El hombre hacía un gesto de resignación y corría a la barra del bar a cumplir su parte del trato.
Recuerdo a don Luis, ex combatiente de la división azul, con su sol y sombra en la mano clamando bravatas y retando a don Carlos, párroco de la iglesia y habitual a la partida de cartas de la tarde en el bar, por irreconciliables desavenencias políticas. ¡Un cura comunista!. ¡Qué gran blasfemia!. Durante años el sacerdote fue capaz de ignorar las afrentas y afortunadamente la sangré jamás llegó al río, por algo era la época de la guerra fría.
Recuerdo a Magdaleno, hijo de Magdalena, trastornado por el ruido y las malas compañías, estrellando su cuatro latas contra la luna de la peluquería de la esquina a horas intempestivas, del estruendo, del estrépito, del bullicio; de las carcajadas de algunos y de los alaridos de su madre.
Recuerdo dormirme en el mirador de mi casa, justo encima del restaurante, arrullado por los fascinantes sonidos que provenían de la calle; la llamada del afilador, los cantarines de algún sidrero, o los lejanos ecos de las discusiones entre chulos y fulanas.
No soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue necesariamente mejor, el montaje era más simple y los personajes más ingenuos pero las peripecias eran mucho más descarnadas.
Recuerdo al monstruoso carbonero, al que un día descubrí robando sacos y me amenazó de muerte o el día en que unos desaprensivos prendieron fuego al carro del trapero o también del día que algún sádico decidió cortarle las orejas a la amistosa perra del garaje.
Recuerdo muchas cosas, demasiadas, para los límites de lo que sólo pretende ser una sencilla bitácora.

martes, 10 de marzo de 2009

RECUERDOS DE LA INFANCIA


 Tal vez sea producto de la distancia, ya que el paso del tiempo da a nuestros recuerdos un poso brumoso y mágico, igual que el de las fotografías que amarillean; pero me da la sensación de que Gijón ha perdido gran parte de su aroma tradicional. Los barrios ya no tienen el tipismo que los caracterizaba antaño. Se han homogeneizado y unificado. Todos escuchan la misma voz y suenan a lo mismo.
Recuerdo mi infancia en el barrio del Carmen, en el singular ambiente en que me crié, entre los fogones del restaurante que regentaban mis padres, un lugar no siempre placentero, poco acogedor y ciertamente nada apropiado para un niño pero lleno de vivacidad y de singular riqueza.
Recuerdo con nostalgia a los curiosos personajes que solían frecuentar nuestro establecimiento. Eran únicos, auténticos e irrepetibles; últimos representantes de un mundo pasado que ya no volverá.
Recuerdo a un anciano que se hacía llamar Carlitos de Gijón, un cantante frustrado en su juventud que, ya viejo, pretendía ganarse la vida cantando por los bares aunque en realidad era un pobre hombre fantasioso y sin ingresos. Venía casi a diario y el trato era un menú gratis a cambio de llenar el local de clientes con su voz. Su anticuado repertorio de tangos no eran ningún estímulo para atraer a nuevos clientes. En realidad se le permitía cantar un par de canciones para alimentar su ego y se le proporcionaba algo de comer para hacer lo propio con su diminuto cuerpo sólo por caridad. En agradecimiento a la habitual generosidad mis padres, siempre frenéticos y demasiado atareados, Carlitos me llevaba al circo o a ver los trenes de la cercana estación. Cuando se apeaba alguna chica joven la piropeaba elegantemente con su porte de trasnochado don Juan otoñal de traje raído.
Recuerdo a Barón, el marinero forzudo, del que hubo expuesta largo tiempo una foto en una tienda de la calle San Antonio. Stallone era a su lado un aprendiz. Su cuerpo estaba decorado con llamativos tatuajes, no tan comunes en aquel entonces, que a mí me fascinaban. Cuando soplaba sobre su dedo pulgar, de un modo circense, original y muy característico, la musculatura de su vigoroso brazo parecía hincharse aún más. Presumía de aguantar en la cubierta de un barco a menos veinte grados o de haber sufrido intentos de violación por apasionadas amazonas en exóticos países. Al llegar el mes de enero se cubria con una chaqueta para protegerse del frio aunque el insistía en que era para evitar accidentes de circulación ya de lo contrario los conductores y conductoras (enfatizaba el femenino, aunque entonces no se estilaba el lenguaje políticamente correcto) se despistaban viendo su portentosa musculatura desafiando las inclemencias meteorológicas.
Recuerdo a las pescaderas de la plaza, antes de que esta pasase a ser un edificio administrativo. Las recuerdo vender en la calle la mercancía, con su voz chillona o regateando con mi padre el precio del bocarte o de la sardina, siempre tan pintadas y descaradas, muchas veces a cargo de una abundante prole y maridos viciosos y chulescos a los que ellas proveían, en una especie de macabra competición, de toda clase de lujuriosos caprichos.
Recuerdo a Esperanza Sorribas en la cocina del restaurante, aún con sus aires de condesa arruinada que muy pronto el tiempo y la locura arrebatarían, escogiendo comida entre las sobras del día para alimentar a sus gatos y palomas. Era ingeniosa y se decía poetisa. Trataba de pagar el favor con un collar de “fantasía” para mis hermanas de mucho colorido e ínfimo coste. Les decía, cuando se lo entregaba, que las mujeres ya que no tenían nuez debían de tener avellana. Nunca llegué a entender lo que quería decir con eso. Espero algún día poder descubrirlo.
Recuerdo a “Luarca”, alcohólico, desaliñado y paupérrimo limpiabotas. Le permitían guardar la aparatosa caja de madera que utilizaba y sus betunes en el almacén del restaurante y a veces realizaba algún servicio en un rincón del bar; se esmeraba en dejar los zapatos de sus clientes bien relucientes y alguno le ofrecía dinero extra con la condición de que sólo se lo gastase en vino. El hombre hacía un gesto de resignación y corría a la barra del bar a cumplir su parte del trato.
Recuerdo a don Luis, ex combatiente de la división azul, con su sol y sombra en la mano clamando bravatas y retando a don Carlos, párroco de la iglesia y habitual a la partida de cartas de la tarde en el bar, por irreconciliables desavenencias políticas. ¡Un cura comunista!. ¡Qué gran blasfemia!. Durante años el sacerdote fue capaz de ignorar las afrentas y afortunadamente la sangré jamás llegó al río, por algo era la época de la guerra fría.
Recuerdo a Magdaleno, hijo de Magdalena, trastornado por el ruido y las malas compañías, estrellando su cuatro latas contra la luna de la peluquería de la esquina a horas intempestivas, del estruendo, del estrépito, del bullicio; de las carcajadas de algunos y de los alaridos de su madre.
Recuerdo dormirme en el mirador de mi casa, justo encima del restaurante, arrullado por los fascinantes sonidos que provenían de la calle; la llamada del afilador, los cantarines de algún sidrero, o los lejanos ecos de las discusiones entre chulos y fulanas.
No soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue necesariamente mejor, el montaje era más simple y los personajes más ingenuos pero las peripecias eran mucho más descarnadas.
Recuerdo al monstruoso carbonero, al que un día descubrí robando sacos y me amenazó de muerte o el día en que unos desaprensivos prendieron fuego al carro del trapero o también del día que algún sádico decidió cortarle las orejas a la amistosa perra del garaje.
Recuerdo muchas cosas, demasiadas, para los límites de lo que sólo pretende ser una sencilla bitácora.

miércoles, 18 de febrero de 2009

EL VENENO DE LA LECTURA

Salía publicado hace pocos días en la prensa que, una biblioteca que más de 16.000 ejemplares, muchos de ellos con anotaciones personales, así como distintos testimonios e indicios revelaban que Hitler era un compulsivo lector. Este hecho, que en un principio puede producir cierto desasosiego entre los aficionados a la lectura, debe ser convenientemente matizado y explicado. Considero un buen aficionado a la lectura al que se va encontrando los libros en el camino y no tiene otro estímulo que el afán por descubrir, tomando lo mejor de cada uno en un proceso de continuo crecimiento y aprendizaje. Hay otros lectores que utilizan la literatura a modo de sucedáneo de la realidad lo cual sólo sirve para crear un mundo paralelo y secar su cerebro del mismo modo que le sucedió al pobre don Quijote. Son personajes tristes pero inofensivos. La relación del paranoico con los libros es mucho peor, sólo toma aquello que reafirma sus ideas, condenando a la hoguera todo lo demás. Cada vez se vuelve más fundamentalista e intolerante y siente un profundo desprecio por el que no comparte su punto de vista. Sin embargo, la acumulación de datos o la erudición en si misma no sirven para desarrollar un pensamiento crítico o una visión independiente del mundo. La búsqueda de conocimiento es imposible sin grandes dosis de humildad, pues la nueva información adquirida obliga a re elaborar constantemente los conceptos, reconocer errores y renunciar a pasadas convicciones. Como gráficamente explicaba Carl Sagan en un capítulo de la genial serie Cosmos toda una vida de estudio apenas llegaría para poder leer unas cuantas estanterías de la biblioteca de Alejandría, apenas una mínima parte del conocimiento disponible. La clave está, pues, en la selección y el análisis. Decía Paracelso que todas las sustancias son susceptibles de ser veneno, la dosis diferencia a un veneno de una medicina. No hay una receta única pero sólo con condimentos de calidad, frescos y variados, y la cocción adecuada se cocinan platos exquisitos.

martes, 17 de febrero de 2009

TROUBLE THE WATER

Hace unos meses una oronda cantante de gospel de rasgos africanos de paso por Gijón patrocinada por una fundación municipal me explicaba que era habitante de Nueva Orleans, una ciudad especial que marca el carácter y aún más tras la tragedia del 2005 de la que me hablaba con profunda y contenida tristeza y en la que había perdido familiares, amigos y a sus leales perros. Nueva Orleans es la ciudad pecadora e infernal por la que vagaba Igantius F. Really protagonista de la ácida y divertida novela La Conjura de los Necios, un desquiciado personaje en un medio en permanente estado de amenaza y descomposición. La ciudad es un lugar donde los más extraños especímenes cobran vida y se mimetizan con naturalidad en el vecindario, no es de extrañar que el curioso caso de Benjamin Button, aguda película actualmente en cartelera que nos hace reflexionar sobre los profundos cambios a los que nos somete la vida, esté ambientada en este peculiar enclave. Pero Nueva Orleans es, sobre todo Bourbon Street y el barrio francés, un lugar que huele a azufre, suena a quejumbrosa música de jazz y sabe a destilado. La vida allí es bohemia, carnal y pecaminosa convirtiéndose en refugio y puerto franco de desheredados y perdedores; pero la Sodoma contemporánea ha de pagar un alto tributo por su altanería, imprevisión y promiscuidad, viéndose asolada por un dantesco huracán. El documental Trouble the Water, recientemente proyectado en el festival de cine de Gijón, describe a al perfección, con imágenes grabadas por supervivientes de la tragedia, como las aguas se ceban con los barrios más humildes, habitados basicamente por gentes con ancestros africanos. El huracán Katerina, ignorado por unas autoridades calamitosas que no están nunca a la altura, golpea abruptamente a la comunidades más pobres, completamente desprotegidas y vulnerables, desencadenando un sinfín de reacciones cargadas de dramatismo y emotividad; desde el alcohólico que se resigna a morir, a la gente corriente que apela a su ingenio para sobrevivir o al traficante pendenciero capaz de, por una vez, hacer algo positivo por su vecinos y, armándose de valor, rescatar de una muerte segura a alguno de los miembros más débiles del barrio convirtiéndose en héroe por un día.
Nueva Orleans es una ciudad que tiene el encanto de lo peligroso y lo prohibido, que se resiste a morir y apela a su leyenda y personalidad para, pese a quien pese, resurgir como el Ave Fenix de sus propias cenizas.

lunes, 16 de febrero de 2009

LA CAZA DEL CARNERO SALVAJE


Hay quien tacha la literatura oriental de excesivamente críptica o encerrada en si misma.
No es el caso del escritor Haruki Murakami ( Kioto, 1949 ) que con su novela La Caza del Carnero Salvaje consigue un relato ágil e intelligente que refleja bien el desasiego del hombre urbano contemporáneo, presentándonos un estilo de vida y unos valores que nos resultan cercanos pese a lejanía del lugar donde se desarrolla el relato, el Japón de finales de los 70.
Una intriga lineal y fácil de seguir que engancha desde el primer instante, donde su prosa limpia y sencilla llena sugerentes imágenes vertebran un relato que se sale de lo convencional sin caer en lo abiertamente fantástico.
Un publicista treintañero recién divorciado con una vida gris, no más desestructurada y vulgar que la de otros muchos de su generación y circunstancias, edita una fotografía con un extraño carnero que le llevará a emprender un largo viaje a la remota región de Hokkaido y a realizar una surrealista investigación en la que se verá acompañado de una bella modelo de orejas deslumbrantes.
Una propuesta que pese a su ligero toque fantástico funciona perfectamente y un viaje de lo urbano a lo rural que se hace francamente agradable y nos aporta una amplia visión de un Japón que en poco más de una generación ha asumido plenamente su condición occidental y comparte nuestros mismos problemas y dilemas.

viernes, 13 de febrero de 2009

SAN VALENTÍN

Los escaparates de los comercios están literalmente empapelados con grandes carteles recordándonos que mañana es San Valentín, los restaurantes de lujo editan folletos proponiendo menús especiales y el correo electrónico está invadido con emails de lastminute y atrapalo.com sugiriéndonos románticas escapadas.
Parece ser que el hombre contemporáneo está sometido a más estímulos informativos en unas pocas semanas ( prensa, radio, televisión, internet ) que el medieval ( iglesia, castillo, terruño ) en toda su existencia.
Constantemente nos chantajean emocionalmente y nos manipulan. Nos dicen que tenemos que comprar y cuando. Importamos el papá Noel pero sin olvidarnos de los reyes, al menos hasta la llegada de la tercera república.
Se inventan el día del padre, del abuelo, de Halloween, del amigo especial y por supuesto San Valentín.
Hasta el noble sentimiento amoroso, loado por cantores y poetas, cae presa de los depredadores de la sociedad de consumo.
No podía ser de otro modo, el sistema depende de estimular gastos superfluos para mantener la producción de objetos de todo tipo desde los cojines en forma de corazón a los peluches rosa, por no hablar de la bisutería de menguado precio y dudoso gusto.
En fin, sabemos que el mundo funciona así y detestaría estropear el día a los enamorados con estas reflexiones.
Todo lo contrario, porque el amor es precisamente lo opuesto a la racionalidad.
Afortunados sois, dejaos llevar, no importa lo que os digan, cualquier oportunidad es buena, es única, es tan especial como vosotros. Invitadla, sed espléndidos, sacadla a cenar.
Y los roñosos ya os vais buscando otra excusa, que de algo han de vivir los comercios, restaurantes y hoteles.

jueves, 12 de febrero de 2009

¿ AGUANTAR PARA VENCER ?

Existen culturas donde se premia al que primero llega, se admira al campeón, al valiente héroe invicto que se convierte en un referente y un ejemplo a seguir para toda la sociedad.
Este no es el modelo que impera en nuestro entorno, donde al que destaca se le corta la cabeza y el que se mueve no sale en la foto, según expresión de un político contemporáneo.
Los sistemas están creados por y para corredores de fondo, oscuros y sufridos fajadores, a los que se les programa para que sean predecibles y rutianarios, estimulando la mediocridad y persiguiendo al que es original o creativo o simplemente demuestra ser más diestro en una materia.
Desde la función pública a buena parte de la gran empresa o la sociedad en general, normalmente maniatadas por mezquinos poderes fácticos, el criterio de la antigüedad siempre prevalece sobre el del mérito a la hora de conceder una prevenda, un incentivo o un premio.
La envidia y la ruindad paralizan multitud de iniciativas y proyectos brillantes, corrompen los espíritus inquietos y obstaculizan cualquier tentativa de superación.
La única estrategia posible en un entorno tan poco alentador es la de armarse de paciencia y aguantar, agazaparse discretamente y no inmutarse cuando los otros vayan cayendo alrededor.
El que aguanta gana, aunque todo lo demás se hunda a sus pies.
Es entonces cuando un sentimiento de impotencia nos invade pensando que pudimos haber hecho algo más por cambiar las cosas, por construir un mundo mejor y con carroñera astucia nos escondimos, esperando a que el temporal amainase. Aguanta y vencerás pero no convencerás.

martes, 10 de febrero de 2009

LA IDEOLOGÍA O LA PERVERSION DE LA IDEA

Las ideologías son las invisibles cadenas que atenazan nuestra sociedad.
La ideología es discriminatoria y sectaria, no evoluciona ni trata de entender el medio en el que vive, no se adapta a los cambios ni a las nuevas tendencias.
La ideología es gregaria, cobarde y acrítica. Necesita líderes, emblemas y estructuras. Siempre la justifican ancestrales leyendas, complicadas jerarquías y mitificados mártires. No fomenta la originalidad ni el pensamiento libre. Destruye al contrario, que siempre es el culpable de todos los males y se lapida al diferente, al que trata de eliminar, al menos socialmente. El grotesco rebuzno resuena por los altavoces del poder y se convierte en verdad incuestionable.
Por el contrario, la idea es flexible e inspiradora, curiosa y obstinada, plantea conflictos y retos.
La idea es incomoda con el poderoso y ofrece consuelo al débil, engrasa los organismos anquilosados, desarma estructuras, pone en entredicho a los mitos y cuestiona ancestrales creencias ( eppur si muove, murmura Galileo tras abjurar de la visión heliocéntrica del mundo ante el tribuna de la Santa Inquisición ).
La idea es un soplo de aire fresco que no requiere de la coerción o de complicadas jerarquías para sostenerse pero es un peligro para el que se acomoda o para el que no quiere dejar de hacer lo mismo.
En épocas de crisis más que nunca se necesitan ideas que nos alumbren, que nos inspiren y nos ayuden a cambiar.
Necesitamos liberarnos del lastre de complicadas estructuras y de charlatanes que siempre tratan de engañarnos con lo mismo. Desconfiemos de los mapas de La Isla del Tesoro que un merchero nos saldó un domingo en el rastro y sigamos nuestra ruta habitual con paso firme y plenos de confianza porque como decía el poeta el camino se hace al andar.

sábado, 7 de febrero de 2009

DESCUBRIENDO HONG KONG Y EL RIO PEARL


Hong Kong es una ciudad de rascacielos que crece a lo alto entre imposibles colinas y huele a pescado hervido al estilo cantones en cada esquina.
Hong Kong es la sofisticacion cosmopolita de Central y el arraigo por unas antiguas tradiciones que no han pasado la criba de la revolucion cultural en Kowloon e interpretan la modernidad de una forma peculiar.
Hong Kong es el Star Ferry y el Victoria Peak, negocios, luces de neon y desmesura...
Han sido 10 días fantásiticos y muy bien aprovechados, 6 en solitario y 4 acompañado de mi hermana a la que agradezco que haya venido desde París a encontrarse conmigo.
A continuación 6 bitárocas ( Kowloon, Hong Kong/ Central y Victoria Peak, Sur de la Isla/Más allá de los rascacielos, Lantau, Macao, Cantón ) en las que dejo mis opiniones sobre está fascinante viaje, no sólo Hong Kong sino también otras islas y ciudades situadas en el entorno del Río Pearl.

jueves, 5 de febrero de 2009

KOWLOON















Kowloon fue mi barrio en Hong Kong durante los diez días que permanecí en la ciudad, animoso y vital juega a ser cosmopolita pero no puede ocultar su inconfundible alma oriental.
La fachada marítima de la península la ocupa la avenida de las estrellas, un homenaje a la floreciente industria cinematográfica local con mobiliario urbano de primera calidad y un poco disimulado aire hollywoodiense con estrellas gravadas en el suelo incluidas. Pese a su toque algo hortera es uno de los lugares más cuidados del barrio, un magnífico paseo perfectamente limpio y pavimentado con inmejorables vistas al mar e impecables terrazas en las que merece la pena sentarse a tomar algo.
Al final del paseo se encuentra Nathan Road, la columna vertebral de Kowloon, una avenida de estridentes letreros y varios kilómetros de largo plagada de vendedores al acecho que desde la puerta de sus negocios tratan de enganchar a los incautos clientes.
Tiendas de relojes, de cámaras fotográficas, casas de cambio y apuestas, joyerías, zapaterías, sastrerías, tiendas de moda... Desde albergues baratos en las indescriptibles Chuking Mansions a masajes de pies o relojes todo está a la venta en este auténtico icono del consumismo desenfrenado.
A la otra mano un parque con una vistosa mezquita pretende oxigenar, sin demasiado éxito, la concurrida avenida.
En el cruce de Nathan Road con la calle Jordan está el hotel Largos donde me alojé, una zona muy animada a lado mismo del mercado nocturno de Temple, en el que me surtí de ropa y alguna que otra baratija.
Pegado al mercado se encuentra el Food Market, un conjunto de entoldados y tenderetes donde se sirve comida típica de la zona. Es un lugar poco recomendable para occidentales excesivamente escrupulosos. Allí habrán de convivir con ruido, mesas pequeñas y tambaleantes, olor penetrante pese a estar prácticamente al aire libre, televisiones a todo volumen emitiendo culebrones de época asiáticos con pérfidos villanos y valientes guerreros, camareros mal encarados reprendidos constantemente por encargados déspotas y gruñones. En fin, una experiencia sólo interesante para estómagos encallecidos que quieran ver a gente del lugar degustando sus especialidades típicas.
Afortunadamente también sencillos, económicos y auténticos pero considerablemente más tranquilos e higiénicos, son los restaurantes que se encuentran fuera de este recinto y donde cené casi a diario setas, sopas con sabor a jengibre, cerdo al curry o deliciosos pescados recién sacados de la pecera nunca por más de 10 euros.
Las pequeñas calles transversales tienden todas a parecerse, con grandes edificios muchas veces descuidados, gente moviéndose constantemente, pequeñas tiendas sin escaparates ni ventanales con todo el frente abierto al exterior que más parecen almacenes dada su austeridad, dependientes en cuclillas que toman sopa en la calle, gente en torno a mesas circulares y un Seven Eleven en cada esquina.
Volviendo a Nathan Road y caminando un cuarto de hora a pie en dirección opuesta al mar nos toparemos con Mag Kok, un sofocante hormiguero urbano, masificado hasta lo absurdo en el que es imposible caminar dos pasos sin tropezarse con alguien donde proliferan negocios de poco gusto y dudosa honestidad, así como el mercado urbano más surtido y concurrido de la ciudad.
Hacia el oeste se encuntra el Waterfront, un apabullante centro comercial con las boutiques más exclusivas, desde aquí se coge el tren rápido que lleva al aeropuerto y sus terrazas ofrecen magníficas vistas del puerto comercial, uno de los más transitados del mundo.
Varias paradas de metro más allá, en la zona de New Kowloon, solo un poquito menos ajetreada que las descritas anteriormente se encuentra el Wong Tai Sin Temple, un atestado lugar de culto, con varios pabellones donde los fieles tratan de ganarse el favor de la divinidad con sus ofrendas, incienso o fruta generalmente. Anexo al templo se encuentra un elegante y tranquilo jardín chino en el que aún es posible encontrar algún rincón solitario.
Si los dioses no fuesen propicios para conseguir ganar en los caballos o en la lotería siempre se puede pedir consejo a alguno de los adivinos que asientan sus cabinas casi en frente del templo.
El espíritu de Kowloon es eminentemente práctico, emprendedor y dinámico, capaz de reinventarse continuamente para seguir subsistiendo, que cambia sin cesar para no dejar de ser fiel a si mismo.

martes, 27 de enero de 2009

HONG KONG/ CENTRAL Y VICTORIA PEAK














Los imponentes rascacielos de Hong Kong asientan sus cimientos en lo más arraigado de las tradiciones chinas.
Llegué a la ex colonia británica un domingo por la mañana y la ciudad, lejos de estar dormida bullía vitalidad en cada esquina. Los vendedores hindús de Nathan Road salían a la calle y trataban de venderme un happy Rolex o un traje a medida, por una vez decidí ignorar tentaciones consumistas ( tiempo habría en los mercadillos ) u otro tipo de distracciones y dirigirme al Star Ferry.
Con una frecuencia de unos diez minutos, los amplios y destartalados barcos de esta legendaria compañía, unen la península de Koowlon con la isla de Hong Kong propiamente dicha, algo más sofisticada y totalmente volcada a las finanzas pero con multitud de lugares interesantes que visitar y también llena de vida.
El trayecto en ferry duró poco más de cinco minutos y una espaciosa pasarela peatonal facilitó la marcha hacia la zona de Central, donde se apiñan los edificios más altos y vistosos, con una densidad y verticalidad tales que realmente llegan a abrumar.
Tuve que atravesar varias calles y ascender unos cuantos metros para acceder a los Mid-levels, donde me reencontré de nuevo con edificaciones hechas a una escala más humana. Esta es una zona más residencial, no todos los edificios estan tan impecables como en el vecino barrio de Central, los bloques modernos conviven con otros verdaderamente cochambrosos, entre las empinadas calles, muchas veces escalonadas surgen tenderetes o auténticos mercadillos atiborrados de indescriptibles productos, desde estampas para celebrar el cercano año nuevo chino a pescado desecado o puestos en los que preparan zumos naturales, de mango, papaya, duran (que sabe bien pero huele a demonios) o naranja, ricos y a muy buen precio y donde pude aplacar mi sed.
Continué ascendiendo por calles de gran desnivel, opté por evitar las escaleras mecánicas para seguir topándome con estampas más auténticas, sin embargo el límite de tolerancia a la suciedad y el mal olor de mi hermana se estaba agotando y necesitábamos un sitio limpio y tranquilo en el que poder descansar.
Tal y como era de prever pronto apareció una zona plagada de Starbucks, pubs de estilo británico y restaurantes de comida asiática pero con diseño y estándares de limpieza europeos.
Decidimos entrar en un Pacific Cofee franquicia muy conocida en estas latitudes, un par de magdalenas y dos cafés nos quitaron momentáneamente el hambre, además aprovechamos para mirar el internet.
Al salir nos encaminamos al Peak Train y de nuevo no tardamos en encontrarlo, Hong Kong pese a estar tan densamente poblado es una ciudad de diseño muy compacto y todo parece estar cerca.
El tren, que lleva más de 100 años salvando imposibles desniveles es toda una proeza de la ingeniería decimonónica y un emblema y orgullo de la ciudad. Su recia estructura, sus sólidos asientos de madera y su inconfundible sonido tienen el porte y la cadencia de otra época. Gran parte del trayecto se hace en posición prácticamente horizontal confiando en la resistencia de unos bancos fuertemente atornillados al suelo de madera.
Esta es la mejor forma de llegar al pico Victoria, el punto más alto de la isla y desde donde se pueden contemplar las mejores vistas del impresionante sky line, sobre todo si se accede a la terraza panorámica.
Apenas sin espacio, encajonados entre el mar y las picudas y abruptas montañas se hacinan multitud de bloques de hormigón que en una desaforada y competitiva lucha, como si se tratase de árboles en un bosque tropical, se apresuran a crecer a lo alto, delgados y esbeltos.
La ciudad supone un auténtico desafío a la naturaleza y contemplarlo desde lo alto una maravilla indescriptible.

Pese a que Hong Kong es un enclave cálido era pleno enero y el viento pegaba con fuerza allí en lo alto. Era el momento de bajar de nuevo y seguir dejándome envolver por la vitalidad, el frenesí y la contagiosa energía de este bullicioso lugar. Aún quedaba mucho por descubrir.

EL SUR DE LA ISLA/ MAS ALLÁ DE LOS RASCACIELOS
























El sur de la isla de Hong Kong, protegido por las altas montañas y huérfano del eficiente sistema de metro que vertebra el lugar, me resultó sorprendentemente tranquilo y agradable.
Una serpenteante carretera que atraviesa el Happy Valley, donde se ubica un animado hipódromo siempre lleno, más por la afición de los asiáticos por las apuestas que por un verdadero interés por los caballos, y deja atrás las zonas residenciales más exclusivas o las viviendas unifamiliares de referencia, lugar favorito de los occidentales que por cualquier motivo han de asentarse en la ciudad y en el que se vive a ritmo más reposado.
Finalmente llegamos a Aberdeen, el distrito que 200 años atrás era refugio de piratas y malhechores y donde se asienta la población de los tankas.
Tras un duro regateo cogimos un sampan ( barco típico ) por 50 dolares de Hong Kong ( unos 5 euros ) y dimos un paseo por un puerto deportivo atestado de chatarra, taxis acuáticos ( kai do ) y viviendas flotantes. El paseo en barco nos permitió acercarnos un poco a la tradicional forma de vida en el agua y conocer el Jumbo, un famoso restaurante flotante. Concluido el paseo la olvidadiza patrona trató de cobrarnos de nuevo, ante nuestra firmeza quiso darnos a entender que los años le estaban haciendo perder la cabeza. Sin duda la mayor parte de los tankas aún siguen emparentados con los antiguos corsarios y lo más recomendable es pagar siempre al final del trayecto.
De Aberdeen nos dirigimos al pueblo de Stanley, dejando atrás el Repulse Bay, la bonita y agradable playa de Hong Kong, aunque según nos comentaron agobiante y auténticamente atestada de gente en primavera y verano. Al fondo se puede divisar el famoso rascacielos con un hueco cuadrado en el medio. Por lo visto el supersticioso constructor mandó edificarlo así porque si no el edificio impediría el acceso al agua del dragón que según la tradición ancestral habitaba en lo alto de la colina.
Llegamos por fin a Stanley, y tras darnos una vuelta por su famoso mercado, que realmente no difiere mucho de otros tantos que hay en la isla, llegamos a una terraza al borde del mar, hacía un sol espléndido y decidimos hacer un alto en el camino. Disfruté como pocas veces de la pinta de cerveza, una Tsingtao de suave sabor tostado servida por un sonriente y servicial camarero oriental.Al fondo, más allá de la bahía podía observar el Tin Hau Temple, uno de los más antiguos de la isla, hermoso y bastante exótico a mis ojos. El día era luminoso y una sensación de relax y paz invadió mi cuerpo. No había prisa, teníamos que recuperar fuerzas para emprender la excursión a Lantau.

domingo, 25 de enero de 2009

LANTAU














El puente de Tsing Ma, el mayor de mundo en suspensión para coches y trenes, me condujo a Lantau. La isla, aún siendo la mas grande del archipiélago, permanecía hasta la construcción del puente y el aeropuerto, hace unos diez años, prácticamente ajena al ajetreo de Hong Kong.
Pese a todo, su estimable tamaño le ha permitido absorber sin problemas estas infraestructuras y continuar manteniendo su carácter rural y auténtico.
La primera parada la efectué en la playa de Chug Sha, un larguísimo arenal rodeado de vegetación en un entorno apenas transformado por la mano del hombre. Efectuaba mi visita un día de semana y el lugar daba la sensación de soledad y sosiego, no había nadie en la arena y esto me permitió el raro privilegio de dar un largo paseo en solitario disfrutando del majestuoso mar de China.
De allí me encaminé a Tai O, llegué al pueblo por una estrechísima carretera que avanza entre el mar y unas afiladas montañas con forma de dientes de sierra. Al llegar me encontré con una villa marinera tradicional impregnada de un fuerte olor a pescado en salazón y con edificaciones de más de 300 años, auténticos palafitos con pilastres de madera asentados en el mar y que levantan las viviendas unos metros sobre el nivel del mismo.
Tras el dique principal, una intrincada red de puentes y callejuelas configura el pueblo, no demasiado turbado por el impacto de la tecnología o el turismo y donde abundan los talleres de estilo tradicional o sencillos restaurantes especializados en productos del mar. Una explanada en frente del templo más antiguo hace las veces de plaza principal o punto de reunión del pueblo. Me senté a descansar en un banco y un anciano con la piel curtida no tardó en acercarse a mi y preguntarme en un inglés apenas inteligible cuál era mi nacionalidad, se sonrió cuando le contesté que era español. No vienen muchos por aquí me dijo. Deambulé un poco más por el pueblo hasta que decidí dirigirme de nuevo al claro donde paraban los autobuses.
Tras circular un buen rato por una estrecha carretera llegué a Ngong Ping, al contrario del resguardado Tai O, este pueblo, bien conectado mediante teleférico con el sistema de metro de Hong Kong, está enfocado y creado por y para el turismo, aún así posee cierta armonía y encanto aunque algo artificial sin duda.
Atravesé el pueblo sin prestar demasiada atención a las tiendas de recuerdos y a los restaurantes de comida rápida que proliferaban por doquier y me dirigí al cercano monasterio de Po Lin, donde aún habita una pequeña comunidad de monjes.
Se accede por una especia de vestíbulo custodiado por unas estatuas de guerreros. Una amplia explanada cuadrangular plagada de flores precede al pabellón principal asentado sobre unas escaleras y donde los devotos realizan sus ofrendas. Desde este punto se pueden observar el resto de las montañas y el majestuoso buda gigante de 26 metros de alto y encaramado sobre una cercana montaña.
Esa sería mi próxima parada pero antes decidí hacer un alto en el camino para disfrutar de la magnífica comida vegetariana que servían en restaurante del monasterio. Aunque me considero preferentemente carnívoro la comida, variada y bien especiada me pareció muy apetitosa y nutritiva.
Ahora ya estaba perfectamente preparado para el esfuerzo final, los interminables escalones que me conducirían al promontorio donde se asienta el buda gigante de Lantau. La pequeña molestia se ve compensada al llegar a la base de la escultura, una enorme y magnífica pieza de bronce rodeada de otras más pequeñitas que agrupadas de tres en tres le ofrecen tributos y le rinden pleitesía. Desde lo alto pude contemplar de nuevo el monasterio y el verdor del paisaje circundante, sinuoso y salpicado de edificios tradicionales.El descenso resultó más sencillo y la mejor forma de regresar a mi destino fue utilizando el teleférico que parte de Ngong Ping, son varios kilómetros de viaje en el que se dejan atrás varias cadenas de picudas montañas muy verdes pero sin apenas árboles. Desde la parada en Tung Chung fue fácil coger el metro y volver de nuevo a mi hotel en Kowloon. Era hora de descansar.

martes, 20 de enero de 2009

CANTÓN






Explorado Hong Kong decidí acercarme a Cantón.
Tomé el ferry que se adentra por el Pearl River hasta Shenzhen en la frontera con China. Hong Kong, aunque técnicamente está desde 1997 bajo soberanía China dispone de un régimen jurídico especial; tiene moneda propia ( el dólar de Hong Kong en vez del yuan ), se conduce por la izquierda y es imprescindible presentar un visado para pasar al otro lado. Cumplido el engorroso trámite llegué a Shenzhen, una ciudad en plena expansión industrial que ni es bella ni pretende serlo y que poco puede ofrecer al viajero, salvo contemplar el vertiginoso ritmo de construcción y el desenfrenado crecimiento tan característico de las grandes ciudades chinas. Ya que pasaba por el lugar me acerqué a ver una exposición de figuras de terracota traidas de Xian y a un pequeño zoológico a ver unos simpáticos osos panda tomando bambú. Con la sensación de que la ciudad ya no daba mucho más de si puse rumbo por carretera a Cantón.
El paisaje desde el autobús era pantanoso, las zonas verdes estaban continuamente salpicadas de pueblecitos donde se podía ver con tristeza como las antiguas casas tradicionales de planta baja eran sustituidas por bloques de edificios de unas cuantas alturas. Si esto sucedía en las aldeas me pregunté que estaría pasando en el cercano Cantón y efectivamente lo que me encontré fue una proliferación de grandes vías de circulación y scalextrics a diferentes alturas y una auténtica celebración a los inefables y horrendos bloques de hormigón.
Seguí avanzando hacia la zona antigua siguiendo el curso del serpenteante rio Pearl para llegar a Shinuam, una recoleta islita de menos de un kilómetro de largo por 300 metros de ancho, encerrada dentro del casco urbano estaba más descuidada de lo que debería con bonitos edificios de aire colonial que nos recordaban su floreciente pasado y la numerosa población europea que se asentó en este barrio hace poco más de un siglo aunque hoy en día presenta un estado de cierto abanadono y poca vida alrededor.
Como era de esperar mucho más animada estaba la zona típicamente china, con antiguas edificiaciones de poca altura con concurridos soportales en los que predominaban las tiendas del estilo más tradicional conviviendo con algún que otro letrero del MacDonalds o el Starbucks. Paré a comer en un restaurante limpio y espacioso ubicado en uno de los pocos edificios modernos de la calle. Tras concluir me acerqué al original mercado que se extendía por las calles adyacentes y donde me encontré con alguna de las estampas más curiosas de todo el viaje. Amenazados por los rascacielos y la modernidad gente que parecía sacada de otra época se arremolinaba a vender en las callejuelas de la zona antigua sapos o culebras dios sabe para que uso medicinal. Una desaliñada campesina ( como las que ya hace lustros se han dejado de ver en Europa ) mostraba orgullosa un manojo de gallinas. Un hombre se dejaba afeitar en plena calle mientras un viejo minusválido de camisa azul y rostro cadavérico y un niño curioso atendían a todos los movimientos. Un grupo de hombres se apiñaban en torno a una improvisada mesa formada por un par de cajas viejas para jugar a las cartas. Un poco más allá un carpintero sentado en la calle bajo el toldo de su tienda se peleaba por dar forma a unos listones de madera.
Aún con estas anacrónicas imágenes en mi retina, tal vez no tan diferentes a las que se encontraron los misioneros españoles y portugueses que arribaron por primera vez a la ciudad siglos atrás, hice mi entrada en el cercano templo de los seis banianos ( 6 Bayans Temple ). Un lugar de profunda espiritualidad que data del año 537 aunque ha sido reconstruido en varias ocasiones. Llama la atención la pagoda de las flores de 56 metros justo tras la entrada principal y los bien cuidados pabellones cargados de reliquias. Un buda sonriente nos recibe a la entrada en contraste con la seriedad de la escultura del héroe que está detrás. En el último pabellón hay tres enormes estatuas, las tres representaciones de buda más antiguas y de mayor tamaño de Cantón.
Sin salir de la zona antigua nos enontraremos con otro edificio digno de mención, el Sun Yat-Sen Memorial Hall. Un enorme edificio pensado para todo tipo de representaciones, habilitado para dar cabida a miles de personas con un delicado espacio interior cargado de armoniosos diseños de más de 71 metros sin ningún pilar a la vista.
El exterior es también elegante pese a sus grandes dimensiones, una enorme explanada con una imponente estatua de bronce de Sun Yat Sen y unos cuidados jardines completan el magnífico conjunto.
Sin duda se quedó corta mi estacia en Cantón, una ciudad con muchos rincones que descubrir, pero oscurecía y pronto partiría mi tren hacia Hong Kong.
La estación, ubicada en una amplia y luminosa plaza, es excelente, espaciosa y bien organizada, aunque atestada de gente. El tren, también impecable, me dejó en el centro de Hong Kong en algo menos de dos horas. Desde allí me dirigí inmediatamente a mi hotel. Había sido un largo día.