Ayer domingo, demolido, castigado por otra noche de sábado sin sentido de la que, tal vez por fortuna, ya no podía recordar absolutamente nada, de nuevo volví a pensar en su suave y embriagadora mirada y me recreé recordando toda nuestra historia, ya tan lejana en el tiempo pero tan fresca en mi memoria.
Según Borges sólo un tal Funes, ya fallecido y conocido como el memorioso, tenía derecho a conjugar el verbo recordar, por lo visto aquel tipo era capaz de reproducir cada último detalle o experiencia de su vida o recordar, palabra por palabra, libros enteros que había leído una sola vez.
Borges concluía que Funes estaba atrapado en sus recuerdos, pues era incapaz de abstraerse, crear conceptos o hacer generalizaciones ( el perro que recordaba a las 5,15 era para él distinto del mismo perro a las 6,15 ).Esta situación me resulta extrañamente familiar.
Cuando pienso en nuestros momentos juntos me sucede exactamente lo mismo. El beso de las 3 y 42 minutos sabía distinto que el de la 3 y 45. Su aroma aún me embriagaba más a las 10 y 28 que a las 9 y 45. La emoción era distinta cuando me esperaba con el vestido rojo que cuando lo hacía con el azul. Su sonrisa era diferente cada vez, pues tenía matices y timbres infinitos.No fue lo mismo pasear con ella por Salamanca que por Oxford. Londres con ella resultaba luminoso, Madrid ordenado y Bangkok cercano, familiar y apacible. En cada momento y lugar sentía una indescriptible paz y ternura.Cada instante con ella era único, transcendente y digno de permanecer grabado para siempre en mi mente. En mi recuerdo están cada escorzo, cada matiz, cada caricia, cada palabra, y ahí deben de seguir.Puedo recordar días enteros con ella y sentir de nuevo su magia oriental, que importa si ahora hay largas noches para olvidar.