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miércoles, 20 de abril de 2011

LA ETERNA JUVENTUD


No concibo mayor angustia que la del hombre de vuelta de todo, aquel que, saciada su sed de experiencias y de vida, tiene la sensación de que ya no le queda nada por descubrir, nada en que creer, nada que transmitir.

La pasión de juventud se diluye y envejecer, morir es el único argumento de la obra, clamaba desesperado el poeta Jaime Gil de Biedma en su resignado verso al llegar al final de la treintena, prematuramente, sin duda, para sufrir tal frustración.

No volveré a ser joven se lamentaba el intelectual catalán, inmerso en una profunda crisis existencial, despojado ya de la vivacidad sus primeros años de descubrimiento y excesos. El quejumbroso título de su poema describe crudamente el desasosiego de una persona que, ingenuamente, ha porfiado con la vida y ésta, cruel e implacable con los que la desafían, le ha puesto irremediablemente en su lugar.

Sin embargo, la plenitud no la proporciona una fingida precocidad que no se asienta en un suelo estable, ni la velocidad autodestructiva y apresurada de bohemias noches adolescentes, fugaces devaneos y erráticos amores rapaces.

El tiempo no está para enfrentarse a él sino para atrapar lo mejor de cada instante. Siempre nos acompañará la ternura de la primera caricia o el regocijo de aquel beso pero la renuncia al deslumbramiento de una pasión que no cesa o al gozo de poder conquistar un nuevo horizonte más allá del mar convertiría la travesía en un auténtico suplicio.

El deleite de ir cristalizando nuestras ilusiones en realidades y, sobre todo, el pálpito de que jamás es tarde para ver saciados nuestros más imposibles anhelos proporcionarán consuelo, referente y guía.

Esa es la verdadera receta para conservar la vitalidad de la mocedad, sin necesidad de vender como Fausto nuestra alma al diablo ni sucumbir al bisturí de la cirugía, el botox y la superficialidad, cuyas insatisfechas víctimas hoy en día son auténtica legión.

Grandes conquistadores como Ponce de León, enamorado de una india mucho más joven que él, se afanaron por encontrar la fuente de la eterna juventud, a su romántica ensoñación debemos el descubrimiento de la Florida, pero sinceramente creo que Ponce, pese a que nunca alcanzó su quimérico objetivo en un lugar geográfico si consiguió vivir y morir joven, aún cuando su muerte se produjo con casi 65 años, edad más que considerable en el siglo XVI.

No cabe duda que el mantener el fuego eterno de la incertidumbre, esa llama de esperanza que nunca se doblega ni se resigna, a veces tormento y otras consuelo, es la auténtica savia de nuestra existencia porque es cierto que ya nada volverá a ser igual que ayer pero tal vez todo pueda ser aún mejor mañana.

miércoles, 6 de abril de 2011

VIVIR EN LAS ALTURAS

¿Acaso hay algo mejor que volar?
Flotar entre las nubes mientras otros se quedan aferrados a la tierra, sentir la caricia del sol a través de los diminutos cristales del avión mientras los cuerpos parecen liberarse de la presión de la atmósfera allá en lo alto.
Observatorio ideal de pequeños puntos que se deslizan de un lado a otro sobre los fondos verde, marrón o azul que va marcando el paisaje, perfiles y movimientos imposibles de captar desde tierra.
La vertiginosa ascensión nos distancia de la presión de lo terrenal, todo se vuelve más etéreo, la venenosa atmósfera se diluye y la fascinación del nuevo destino se apodera de nuestra mente, ávidos por afrontar el cambio de escenario que siempre nos deparará alguna sorpresa en forma de texturas, colores o sabores, verdadero alimento de nuestra alma y nuestra curiosidad, siempre joven e insaciable ajena al lento pero inexorable paso de los años que arrugan nuestros rostros con los surcos de previos ascensos y acrobacias.