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martes, 2 de agosto de 2011

DJEMAA EL FNA Y EL RESTAURANTE ARGANA

La plaza de Djemaa el Fna, amplísima y bulliciosa, palpita vida y energía y marca el pulso en la exuberante, activa y vital ciudad roja de Marrakech. La plaza está presidida a un lado por la Koutoubia, principal mezquita de la ciudad y hermana gemela de la Giralda de Sevilla, y el extremo norte da acceso al zoco, auténtica maraña de tiendas atestadas de los más variopintos productos donde es absolutamente imposible no perderse.
La plaza engancha desde primer instante, no por lo impresionante o monumental de sus edificaciones sino por la animación y la actividad que en ella se despliega, auténtico corazón y fresco perfecto de una ciudad donde los puestos callejeros conviven con los vendedores de serpientes, siempre dispuestos a asaltar al ingenuo turista.
La proliferación de viajeros ha hecho que las trampas para los forasteros sean muchas, timadores, carteristas y todo tipo de hostigamiento y chantaje emocional, más o menos violento, son frecuentes en este azaroso e incierto micro-cosmos. Sin embargo, pasado el impacto inicial, nos podemos adentrar en la auténtica alma de la plaza, que no ha perdido en absoluto su hechizo ni su sabor tradicional.
Los cuenta-cuentos, siguen encandilando a la sencilla población local con sus historias narradas en árabe o en los dialectos bereberes que seducen a los locales pero resultan incomprensibles para los europeos lastrados por la barrera idiomática.
Los chiringuitos de comida callejera, en el que se cocinan exóticas fritangas resultan en ocasiones demasiado insalubres y los sabores de estos humeantes manjares demasiado fuertes para los delicados paladares europeos, pero en ellos está la auténtica esencia de la comida del Atlas.
Deambular por el lugar es un auténtico regocijo para nuestros sentidos y una sorpresa constante, pues lo menos esperado puede suceder en cualquier instante.
Aún con curiosidad y ansia por de disfrutar del singular ambiente de la plaza pero cansado de pasear y harto de las continuas intromisiones de los no siempre bien intencionados vendedores, descubrí que la terraza del restaurante Argana era el mejor punto para observar el devenir de las escenas que acaecían en esta atestada ágora, lugar de encuentro y fusión de aromas y sabores, de colores y texturas, de animales y gentes. Allí cene en múltiples ocasiones y me recreé dejándome llevar a mundo sensorial diferente, donde podía dejar mi mente en blanco y aparcar mis asuntos cotidianos, con el anhelo de encontrarme con un yo más puro, más trascendente y ancestral.
Bonitas imágenes impregnadas en mi memoria con las que volví a Gijón, mi hogar, y que recientemente se vieron salpicadas de sangre y violencia por el terrible atentado que segó la vida de 15 personas hace apenas unas semanas en el restaurante Argana, un lugar que aún en la distancia todavía me resulta cercano y familiar. http://www.elmundo.es/elmundo/2011/04/28/internacional/1303989914.html
Mi pesar y mi aflicción aumentó cuando la prensa informó que alguna de las víctimas habían sido empleados del propio restaurante, personas cordiales con las que había tenido contacto durante aquellos días y que ya conocía, aunque sólo fuese de vista.
El terrorismo y la intolerancia, no respetan ni a los individuos ni a la belleza ni a las tradiciones y son capaces de herir con sus lacerantes puñales los rincones más íntimos, queridos y recónditos de nuestra memoria y nuestra alma.