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lunes, 27 de abril de 2015

NEUSCHWANSTEIN, EL CASTILLO DEL REY LOCO.



En una época en la que los reinos desaparecían y los castillos ya no tenían ningún valor defensivo, un soñador, un atormentado personaje de otra época decide construir una fortaleza de estilo medieval.  
 
Se trata del castillo de Neuschwanstein, enclavado en un paisaje de ensueño solo accesible tras una buena caminata a pie (más de media hora  por una empinada cuesta desde el punto donde me dejó autobús) o en carretas de caballo habilitadas. Una edificación singular en la que pude sentir el escalofriante halo de la tragedia y el misterio.

Para ir entrando en situación, antes de llegar al castillo recomiendo acercarse por un sendero hasta el puente de Maria o Marienbrücke, una espectacular pasarela sobre el barranco del Póllat que tiene las mejores vistas del Castillo y los alrededores. A mediados del siglo XIX se construyó un puente de madera que años más tarde fue sustituido por uno de metal. Pasear a casi 100 metros de altura hizo que me sintiera completamente sumergido en el paisaje alpino, feliz de experimentar el vértigo de contemplar la armonía de la edificación y la naturaleza desde un mirador único.

El visionario personaje al que me refería anteriormente y que decide emprender la construcción de Neuschwanstein no puede ser más controvertido,  se trata de Luis II de Baviera (1845-1886), un rey querido por el pueblo y despreciado por la burguesía,  que nunca encontró la paz ni el cariño familiar, ni su lugar en el mundo, excesivo, dotado de una sensibilidad infinita pero con un lado oscuro y aterrador.
El monarca, confidente de Sisi emperatriz, con una inusitada y escandalosa admiración por el compositor Wagner, pésimo gestor, extenuado por no llegar a alcanzar nunca lo que se supone que debería de representar un rey, se refugia en un mundo interior que es el que tratará de recrear en el castillo. Una obra de unos 20 años que coincidirá más o menos con el periodo de su reinado, que va desde la adolescencia a la cuarentena cuando fallece prematuramente y en extrañas circunstancias.
El castillo, a imagen y semenjanza del monarca, representa un mundo atormentado, promiscuo, un tanto aberrante pero muy sofisticado y lleno de riqueza visual.
El rey, especialemente en su última y oscura etapa, cuando el deterioro físico y psicológico era más que evidente, inspiró la leyenda de la Bella y la bestia, un personaje atormentado y huidizo que se escondía en un lejano castillo hechizado pero que desgraciadamente tal vez tenga más similitud con nuestro contemporáneo Michel  Jackson y su estrafalario Neverland.
El vulgarmente conocido como rey Loco proyecta así una construcción de ensueño rodeada por un hermoso paisaje, que compone un decorado que no deja indiferente.
El ambicioso proyecto de Luis II de Baviera comenzó a tomar forma en 1869 con el encargo del diseño del castillo a un escenógrafo teatral que, según las ideas del rey, proyectó un espacio más estético que funcional con guiños a todos sus iconos y fantasías; allí se homenajean desde los personajes alegóricos más importantes de las obras de su querido Wagner a héroes de la época medieval.
A pesar del aspecto medieval con el que se construyó el castillo, éste incorporó numerosas modernidades para la época. Contaba con calefacción central de aire caliente, luz eléctrica, agua corriente caliente y fría, desagües automáticos e incluso una línea telefónica. 
El castillo cuenta con 200 habitaciones entre las que destacan llamativas estancias como la Sala del Trono (creado para glorificar el reinado de la gracia de Dios y  recargado de símbolos religiosos y opulencia máxima para el lugar donde debería de haber estado el trono del monarca con las mejores vistas panorámicas del paisaje alpino bávaro, incluido el vecino castillo de Hohenschwangau, lagos y montañas), un lugar con más de 13 metros de altura y marmoles de carrara que seguro hizo suspirar al rey loco y a mi me dejó completamente anonadado. Otra sala llamativa es la de los Cantores (donde destacan numerosas pinturas murales de la leyenda de Parzifal y un espléndido escenario con arcos) y que a pesar de su gran tamaño y su escenario no estaba dedicada a acoger fiestas de la corte. También podemos destacar el dormitorio del rey y la capilla, realizados en estilo neogótico.
Imaginario, estrafalario y poético  el castillo supone el exponente máximo de la arquitectura romántica de final del siglo XIX caracterizada por su gran eclépticismo y la superposición de distintos estilos arquitectónicos. Mientras paseaba por él una descarga de saudade y melancolía sacuidió mi alma, una de sus fachadas me recordó trajo a la mente el castillo de Sintra, de ingrato recuerdo para mi, con el que comparte estilo arquitectónico y el mismo espíritu dramático y torturado.  

El monarca entregó su alma en el desmesurado proyecto pero este constituyó un sueño efímero ya que Luis II sólo llegó a habitarlo aproximadamente 100 días. Cuatro meses después de retirarse a vivir a su anhelado refugio (al que aún le quedaban muchas piezas por rematar y que aún hoy en día continúa inconcluso), el monarca perecío ahogado en un cercano lago en muy extrañas circunstancias.

El rey bávaro pretendía que tras su muerte Neuschwanstein, reflejo de su propia intimidad, permaneciera siempre oculto de los ojos curiosos de los intrusos, pero, paradojas del destino, abre al público en 1886, tan solo unas semanas después de la muerte del rey, y dado su interés y relativa cercanía a Munich (sólo a 130 kilómetros de la capital Bávara) recibe actualmente más de un millón de visitantes al año. Aún peor, este castillo fue usado como inspiración y modelo para que el que se construyó en Disneylandia un siglo después.

Una muchedumbre profana diariamente la memoria del rey loco, que desazonado contemplará desde el más alla como escrutan los lugares más recónditos de su alma. El angustiado monarca no encontrará la paz ni después de muerto, trágico destino el suyo.

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