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lunes, 11 de diciembre de 2017

NOMADAS

El otro día me tocó reflexionar sobre el objeto del juego de la vida…
Aparentemente no tiene mucho más sentido que el de un asno girando alrededor de una noria donde poco importa la lúdica pirotecnia con la que nos consolemos. Actuamos dentro de los estrechos límites de un circuito predeterminado o, en el mejor de los casos, en el contorno predefinido de un escenario plano y da igual que nos vistamos de enterradores que de lentejuelas. El resultado del juego, que adopta casi siempre el formato de una burlesca tragicomedia sádica, ya se conoce y el final siempre es el mismo, concluye con la súbita caída del telón.
Sin embargo, el errático viaje a ninguna parte no debe de cesar. Aún pienso que hay esperanza, una postrera y última tabla de salvación, ese instante de comprensión absoluta en el que dos miradas se funden, el escenario se eleva, nuevos horizontes aparecen y el mundo se detiene para que allá desde lo alto nos deleitemos contemplándolo.
Soy de los que cree que Sangri La existe.

viernes, 1 de diciembre de 2017

LA GRANJA PECUARIA

Aún resonaban ecos totalitarios en las aulas de la escuela masculina donde me eduqué. El que fuese caudillo reposaba desde hacía unos pocos años en un famoso valle pero su escalofriante espectro aún se paseaba por nuestro colegio.En cuanto apareció nuestro maestro, don José Durán, todos nos levantamos y nos pusimos en pié.
Así permanecimos hasta que el se acomodó en su mesa. En posición marcial, con gesto de respeto y derechos como velas (el solía utilizar otra expresión más cuartelesca). A don José sin duda le hubiese gustado que le hiciésemos el recibimiento con el brazo en alto y cantando viejos himnos pero, como él decía, los nuevos aires libertarios estaban corrompiendo absolutamente todas las instituciones y la docencia ya no era ni sombra de lo que había sido.
Aquel día todos estábamos especialmente nerviosos, había programada una excursión a la granja pecuaria. No éramos más que unos chavales impúberes de apenas 12 años y cualquier cambio en nuestra rutina suponía un gran acontecimiento.
Allí en la granja, según nos había anticipado don José, contemplaríamos a unos impresionantes sementales que, destinados a labores procreadoras, habitaban una especie de harem vacuno, lo máximo de la virilidad. Don Fabián, antiguo ganadero, viejo amigo suyo, y, ahora, el encargado de atender las visitas de la granja nos explicaría lo que representa un toro en nuestra cultura, así como el arte de cubrir y alumbrar las hembras en busca de los ejemplares más diestros para el mantenimiento de la estirpe.
Mientras pasaba lista un antiguo profesor del centro, ya retirado y de apellido autóctono, digamos Valdés, irrumpió en el aula. Todos nos volvimos a levantar. El señor Durán aprovechó para loar las gestas de su admirado colega en lejanas estepas, según él luchando en una gloriosa cruzada contra el mal. En nuestra impresionable inocencia todos nos sentimos muy orgullosos de que alguien tan heroico nos acompañase en nuestra pequeña expedición.
En el amplio y destartalado hall del colegio nos esperaba para despedirnos en una especie de ceremonia ritual, el director, don Máximo, un enciclopédico erudito a punto de jubilarse que prestaba poca atención a sus obligaciones académicas y que solía esconderse del convulso y desde hacía pocos años, también cambiante, mundo exterior tras sus gruesas gafas.
Ningún autobús nos esperaba a la puerta. Como verdaderos expedicionarios herederos de las hazañas de Cortés o Pizarro haríamos a pie los aproximadamente diez kilómetros que nos separaban de nuestro objetivo.
Salimos de la ciudad y nos internamos por polvorientos senderos. El calor húmedo se empezó a pegar a las camisetas y nuestras flacuchas piernas aún sin cubrir de vello notaban el fuerte ritmo marcado por los dos veteranos líderes. Según Durán en esos momentos se sentía como un pastor de ovejas obsesionado por cuidar de su rebaño.
A mediodía, tras más de dos horas de caminata, los eximios profesores decidieron hacer un alto en un merendero. Curiosamente todos traíamos suficientes vituallas en nuestras mochilas excepto nuestros preclaros guías, confiados en que el buen Dios, al que se solían mostrar muy devotos, proveería. Y no fue Dios el que proporcionó el nutritivo maná sino algunos estudiantes, no se si muy desganados o más bien con argumentos académicos poco convincentes y muy necesitados de pasar el curso.Afortunadamente no descubrieron que mi bocadillo, por la azarosa coincidencia de regentar mi familia un restaurante y tener aquel día demasiado producto cortado, estaba relleno de gloriosas hebras de jamón ibérico. Bien sabía que el cerdo ibérico era otro de sus animales fetiche. Mi estrategia de apartarme en un discreto rincón a realizar mi almuerzo me salvó, sin duda, de un ayuno forzoso.
Trascurrió demasiado tiempo y decidí acercarme al resto del grupo. Todos mis compañeros estaban impacientes y nerviosos. Algunos jugaban a ojo de buey, cuchillo y tijera. Otros charlaban a voces produciendo un gran estruendo con sus gritos. Los insignes maestros, tras terminar de comer habían desaparecido en el interior de la cantina del merendero, justo al lado de la gran terraza donde nos encontrábamos, según ellos para tomar un café. Habíamos recibido órdenes precisas de no entrar pero ya hacía más de media hora de aquello. Bermejo, uno de mis compañeros, osado de puro inconsciente, decidió internarse en el fondo del edificio. Los encontró despidiéndose de dos pintarrajeadas mujerzuelas a las que ellos llamaban bellas señoritas.Tras un brutal bofetón a Bermejo por su atrevimiento reemprendimos la marcha.
La pausa había sido demasiado larga y eso nos dejaba muy justos de tiempo para llegar al lugar a la hora convenida pero los señores Durán y Valdés eran hombres de palabra y desde luego el grupo cumpliría.
Tras un interminable sprint por angostas caleyas, cansados y sudorosos, llegamos a las puertas de la granja.Nos esperaba un joven de bata blanca. Don Fabián se había jubilado. Noté la cara de decepción de don José. La disertación fue técnica y tediosa. Nos pasaron por diversos laboratorios y básicamente ahondaron en los secretos de la reproducción in vitro. Solo al final nos enseñaron algunos animales. Eran francamente impresionantes. Totalmente especializados en labores reproductivas sus testículos tenían una hipertrofia tal que los hacía semejantes a balones de fútbol colgándoles casi hasta el suelo.Bermejo, alocadamente locuaz, como siempre, le preguntó a nuestro joven anfitrión, si veríamos a los toros interactuar con las hembras. El científico nos explicó que esas técnicas ya no se utilizaban, se limitaban a recoger el esperma en una bolsa especial para, tras fertilizarlo con el óvulo adecuado, introducirlo en una vaca ya seleccionada. Román, otro compañero aún más imprevisible y temerario que Bermejo quiso saber como se entretenían entonces los animales. El joven investigador, con una sonrisa burlona, contestó que la mayor parte del tiempo se entretenían entre ellos. Fue un momento doloroso. El mítico animal había sido corrompido, envilecido y humillado.Aún era peor, sin compañeras ni profesoras como referente nuestro futuro podría ser tan difícil, oscuro y siniestro como el de los desafortunados toros de la granja pecuaria.
El regreso al colegio, con una ligera llovizna al principio que luego remitió para dar paso a un rojizo y espeluznante atardecer, fue triste y extraño. A Durán no le quedaron fuerzas ni para dar el merecido castigo a Román y Bermejo. Ya casi a las puertas del colegio se empezó a sentir realmente mal y todos vimos como una ambulancia lo llevaba al hospital.
Un infarto mantuvo alejado de las aulas a don José todo el resto del curso. Le sustituyó la señorita Virginia, recién diplomada y de voluptuosa y escultural belleza. Su desparpajo fue una auténtica inspiración para nosotros y los oscuros nubarrones se disiparon mágicamente.La siguiente excursión la hicimos a ENSIDESA, el director no nos esperaba en el hall de la escuela pero si un flamante autobús y por entre las enrejilladas escaleras de la fábrica, Bermejo, Román y luego otros muchos dijeron ver la más recóndita intimidad de nuestra nueva profesora apenas si cubierta por una brevísima lencería de color rosa pálido.Definitivamente los tiempos habían cambiado. Ahora si que teníamos algo bueno que admirar.